miércoles, 30 de noviembre de 2016


Queridos Lectores:

Esperamos que con nuestra Revista de Cuerpo (Diciembre de 2015) se animen a adquirir nuestras ediciones, porque para el nuevo ejemplar vendrán trabajos que alimentarán su mente y espíritu.

Acá les dejamos un abrebocas de este Volúmen (40), no se queden sin él.



« ¿De dónde sacó eso loca? » a « Cada Niño con su Boleta»

Martha Jordán-Quintero[1]

 “La locura acierta a veces cuando el juicio y la cordura no dan fruto”.
Shakespeare, William[2]

“Es el self y la vida del self que da sentido a la acción o al vivir desde el punto de vista del individuo que ha crecido y continúa creciendo desde la dependencia e inmadurez, hacia la independencia, y la capacidad de identificarse con objetos maduros de amor sin perder la identidad individual”
Winnicott, Donald (1970)


El psicoanálisis ocurre en privado, entre analista y analizando. Ellos dos, juntos, crean un vínculo en el marco del cual el analista se pone a disposición del analizado, con su atención flotante que sabemos trasciende la atención. Sería más justo decir que con su «psiquesoma atento» para recibir del analizado todo aquello que él pueda transmitirle, a través de diversos canales de comunicación. Entre los dos, poco a poco van construyendo nuevas comprensiones y permitiéndose experiencias que tienen tanto de viejo como de nuevo. En este ir y venir de pensamientos, afectos, recuerdos, vivencias… entre ambos podrá darse el proceso analítico.

Este oficio de psicoanalizar se aprende de una forma particular, a través de un trípode: la teoría, el análisis personal que vivimos los psicoanalistas durante un período importante de nuestra vida y la supervisión. Esta última constituye, en mi opinión, el componente más importante en dicho proceso de aprendizaje. Su nombre «super-visión» implica la presencia de otro, de un tercero: el super-visor. Este «tercero», o más bien, la relación con este tercero, ofrece al analista tratante la posibilidad de abordar un fragmento de un proceso psicoanalítico con una distancia temporal y afectiva –no están dentro de la sesión analítica- y con un interlocutor. Tiene como objetivo promover en su supervisado mejores posibilidades de analizar a sus pacientes. El supervisor es un psicoanalista, pero no es el psicoanalista de su colega supervisado; no está allí para ahondar en su realidad psíquica. Sin embargo, la esencia del psicoanálisis y la esencia de la supervisión implican el interjuego entre realidades psíquicas, y en esa medida, el supervisor tiene acceso a los contenidos inconscientes del supervisado. Acceso legítimo para supervisar-tarea que le compete- y al mismo tiempo vecino del terreno ajeno del análisis de su colega. El supervisor entra, necesariamente, a formar parte de lo privado; se establece una nueva configuración de «lo privado». Y él también aprende, en gerundio: enseñando-aprendiendo-enseñando…


Durante el transcurso del seminario cuyo objetivo es aprender a supervisar, me han surgido muchas preguntas. Entre los diversos aspectos abordados, tres de ellos suscitaron en mí un mayor interés:

1.     « ¿De dónde sacó eso, loca?»
2.    ¿Cuál es el origen de la interpretación que el analista hace a su paciente?
3.    «Cada niño con su boleta»

Voy a hacer uso de ellas para nominar los distintos apartes de mi reflexión. La primera y la tercera surgieron, así, como frases coloquiales. Explicaré a qué me refiero con cada una.

I.              « ¿De dónde sacó eso, loca?»

Escribe Shakespeare en el Acto dos, escena dos, de Hamlet (Shakespeare, 1564-1616):“La locura acierta, a veces, cuando el juicio y la cordura no dan fruto”. La frase pertenece a Polonio. Este considera que la causa de la locura de Hamlet puede ser el enamoramiento de Ofelia –su hija- y así se lo hace saber a los reyes. Al momento llega Hamlet al salón y conversan ellos dos. Polonio se queda pensando en la respuesta de Hamlet y dice esta frase para sí. Ello quiere decir que reconoce que puede existir un contenido de verdad y de lógica -aun cuando sea otra lógica- en algo que inicialmente parece irreal, insensato o loco.

El analista supervisor oye atentamente una intervención que su supervisada ha hecho a su paciente y se pregunta: « ¿de dónde sacó eso, loca? ». Se sorprende, siente curiosidad, desconcierto, no entiende, puede poner en duda la veracidad o credibilidad del acontecimiento. La diferencia entre lo que él piensa o siente, y la realidad de lo que vive la diada que ahora está ante él a través de la narración del supervisado y la suya, parecen des-encontrarse en vez de encontrarse.

El supervisor sabe que su sorpresa es suya, y que para buscarle sentido a la intervención realizada por su supervisado, tiene que trabajar con él, pues el origen de la intervención -sea una interpretación o no- sólo será abordable entre los dos. Pasamos, entonces, de la sorpresa del supervisor a la búsqueda de sentido entre supervisor y supervisado.
¿Cuál es el origen de la interpretación que el analista hace a su paciente?

La interpretación transferecial-contratransferencial debe surgir a partir de la conjunción de la fantasía inconsciente de uno y otro –analista y analizado-. Es instrumentada a partir de la vivencia contratransferencial del analista, suscitada por la transferencia del paciente en él. El supervisor recibe el material clínico de parte del analista tratante y este se constituye en el material a partir del cual accede a la relación entre el analista tratante y su paciente, y siendo esta una conjunción de realidades psíquicas. A partir de este momento, accede también al psiquismo de su supervisado. Así las cosas, la pregunta acerca del origen de la interpretación, nos lleva a otra: ¿Es viable trazar una línea divisoria clara entre el terreno del análisis personal y el de la supervisión?

A lo largo del seminario hemos mantenido abierto el debate acerca del manejo que debe dar el supervisor a la contratransferencia del analista tratante, a través del cual se insistió repetidamente en el respeto por ella. El director planteó la existencia de una contratransferencia explícita o pública: la que el analista en supervisión manifiesta abiertamente a su supervisor y muy posiblemente considera que le ha sido útil para instrumentar su interpretación. En caso de que la contratransferencia no sea verbalizada voluntariamente, no se debe forzar al analista a que la comparta. Esto, aludiendo que esta pertenece al terreno del análisis personal, y que este límite no debe franquearse.

He manifestado mi desacuerdo, o al menos mi sorpresa. Me pregunto cómo se puede pensar en trazar límites claros; si la contratransferencia es lo que el analista siente en respuesta a la transferencia de su paciente, nos transmite algo acerca del paciente, pero por supuesto, a través de la lente del analista. El analista se deja permear por los contenidos de su paciente y se los regresa, pero esto solo puede hacerse una vez ha sido transformado, pasando por el aparato metabolizador de su propio psiquesoma. Hay transferencia, sí, puede haber varias, pero también hay objeto nuevo. El proceso transferencia-contratransferencia permite al analista devolver al paciente algo que le pertenece, pero lleva impresa consigo una huella del analista. Es un proceso identificatorio “a dos pisque-somas”. Pensarlo de otro modo, es, a mi manera de ver, como echar marcha atrás en la historia del psicoanálisis de niños, o más bien, a una lectura errónea de esta historia: se debe tomar en cuenta el mundo interno en exclusiva (Melanie Klein) versus: el mundo externo en exclusiva (Anna Freud). Convivieron y coexistieron en la Sociedad Psicoanalítica Británica, donde surgió la posibilidad de pensar que no era “o” sino “y” ; Donald Winnicott planteó el concepto de transicionalidad, área construida por uno y otro, y cuyo resultado por supuesto trasciende los aportes de uno y otro. La evolución del concepto siguió su curso y André Green habló luego de la realidad psíquica, refiriéndose a la lectura personal que cada uno de nosotros hace de su mundo, de sí mismo y de sus relaciones. En dicha realidad, están lo interno y lo externo, pero ya no están cada uno por su cuenta, pues han atravesado el carácter, la personalidad, el momento del desarrollo, un aquí y un ahora… Y cada uno de estos ha ido aportando huellas que se han constituido en elementos esenciales.

Ahora bien, ¿en qué se parece esto al proceso de supervisión? A mi pregunta sobre si al crear un pequeño campo epistémico, conjuntamente, sobre el material clínico, indagando el origen de la interpretación ¿no se estará tratando de la contratransferencia del colega?, el director respondió que claro que sí, pero que este procedimiento es legítimo, no invasor, porque esta exploración se hace sobre el material clínico y no sobre el colega. No se le está inquiriendo sobre sus sentimientos, ni emociones, ni sobre su historia, ni sus traumas o fantasías, en resumen, sobre nada que atañe a su análisis personal. Se está trabajando sobre su contratransferencia proyectada en el material clínico, el objeto externo y esto la hace de “dominio público”.

Para mí, si bien es cierto que se está trabajando sobre el material clínico, no lo es tanto que «no es sobre el colega», porque si su contratransferencia está proyectada en el material clínico, allí está él. El analista cuenta a su supervisor algo acerca de «su» paciente, pero no «el» paciente que asiste a su consulta, sino el que él ha ido construyendo en su mente, el paciente que él vive y cómo lo vive. También, en lo que cuenta y deja de contar y en cómo lo cuenta, transmite algo de la relación que tiene con él, y en esa medida, algo de él mismo. Es inevitable. En toda relación hay mínimo tres: uno, otro y el nuevo personaje que forman ambos. Entonces, el analista SIEMPRE está hablando de él a su supervisor. Si bien la indagación acerca del origen de la interpretación se efectúa sobre el material y no sobre la persona del analista, la persona está allí. El campo epistémico de la supervisión no es sólo el paciente en la mente del analista, pues incluye también al supervisor y a la construcción que él va elaborando del analista y de la relación del analista con su paciente en su propia mente, y también, esta nueva relación entre él y su supervisado. Es en este marco complejo en el que puede acercarse al paciente que presenta su supervisado, paciente que sólo puede presentarle desde su propia realidad psíquica y que él solo puede aprehender desde la suya. De hecho, el supervisor irá siguiendo un poco la idea de Melanie Klein, del timing dado por el momento de urgencia ; en este caso, por el momento de angustia contratransferencial del analista. El psiquismo del supervisor es permeado por esta información de dos realidades psíquicas que le llega, y esto determina que se centre en un punto y no en otro, en una sesión de supervisión.

La construcción de un campo epistémico entre supervisor y analista tratante protegería los aspectos íntimos y privados del colega. Opino que así se debería hacer, o más bien, no veo otra forma de emprender esta búsqueda de nuevos conocimientos, de aclarar confusiones, de corregir errores… Como cada vez más en mi clínica -y también en la docencia- le doy prelación a la relación, quizá eso me hace tan difícil pensar en la ausencia de contratransferencia. Insistí en que para mí, la contratransferencia siempre está y planteé que era inferible a partir del material. Me resultó muy útil la aclaración por parte del director de la existencia de la contratransferencia implícita; él considera que si bien en ocasiones aparece en el contenido verbal del material, él da prelación al afecto –gestos, tono, acciones, mímica- que permite ubicarla e identificarla cuando no lo está.

Tenemos en el campo epistémico de la supervisión la conjunción de tres construcciones de mundo externo- mundo interno- realidad psíquica: los del paciente, del analista y del supervisor. Es una mirada «meta» y sí, se llama «super-visión»; tiene la particularidad de que cada uno de los «observadores» es participante: el supervisor toma parte activa en la aprehensión del material que trae su supervisando, quién da cuenta al supervisor de su paciente, y de él, así como de la relación de ambos. Cuando el supervisor interviene, tiene elementos del paciente –el que está en la mente de su analista- del proceso analítico en el marco de la relación transferencia-contratransferencia entre paciente y analista, así como también de la relación de esta nueva pareja formada por él en tanto supervisor con su supervisado.

A lo largo del seminario, tuvimos la oportunidad de intervenir en distintos roles y cuando fuimos «supervisores del supervisor» vimos que aborda tanto la función analítica del analista como el funcionamiento psíquico del paciente. ¿Qué hace con sus emociones, vivencias, pulsiones? Esa podría ser una pregunta para una reflexión posterior. Pero están ahí; el supervisor es un analista y la herramienta fundamental del trabajo analítico hoy es la relación transferencia-contratransferencia. El supervisor puede aportar a su supervisado, su «interpretación» (entendida en este momento particular como comprensión) de lo que sucede en esa relación, a partir de lo que a él le llega a manera de transferencia. La contratransferencia del analista –explícita o implícita- hace las veces de transferencia en la relación supervisado-supervisor. El supervisor metabolizará el material que recibe y hará uso de su contratransferencia para instrumentar la comprensión que compartirá con su supervisado. ¿Podríamos pensar que, así como la interpretación que el analista hace a su paciente surge de la identificación del analista con las fantasías inconscientes de su paciente, el o los puntos en los que se centra el supervisor en una supervisión surgen de su propia identificación con las fantasías inconscientes de su supervisado? Ocurre, en ambas diadas, un proceso identificatorio que constituye la base del conocimiento que reúne lo viejo, lo transferido, con lo nuevo.
« Cada niño con su boleta »

Mientras hago el recorrido por lo vivido y aprendido durante el seminario, más me cuestiono si mi pregunta central, o la que consideré sería la pregunta central de mi ensayo se ha ido diluyendo, o si será que, para intentar organizar el debate en torno a las cuestiones del origen de la interpretación que hace el analista a su paciente, y tanto el lugar del supervisor como las herramientas de las que dispone el supervisor para favorecer la construcción de un nuevo conocimiento en el marco de la relación que establecen él y su supervisado, se requiere la consideración de múltiples elementos. Veo que mi reflexión va tomando la forma de una analogía entre el trabajo analítico (analista con su paciente) y el del trabajo de supervisión (no los estoy equiparando, encuentro puntos en común y diferencias, pero también encuentro que entre más las pienso, algunas de las diferencias me parecen arbitrarias). Me surge entonces la pregunta sobre el sentido que tiene establecerlas. Es un hecho que no se trata de otro análisis, no es la tarea ocuparse del mundo interno del analista, pero la herramienta de la supervisión, llevada a cabo por un analista a otro, implica la presencia de éste y es aquí donde no veo cómo puede hacerse el trabajo propuesto, sin aludir a la contratransferencia, sea ésta explícita o implícita.

En el modelo de supervisión del director, el analista tratante llega con su fantasía inconsciente acerca del material clínico, y el analista supervisor aporta su propia fantasía inconsciente (que surge del preconsciente) y le pone palabra. Entre los dos analistas constituyen un neolenguaje, queriendo pensar que: “cada niño con su boleta”, quizás tendré que tolerar por ahora la incertidumbre de qué es de quién, o más bien, pensar que sí puede haber boletas individuales, pero aquí, ya que nuestra pregunta alude al campo epistémico; es una boleta que permite el acceso al conocimiento a un grupo de personas, cada una con un lugar desde el cual será partícipe de la construcción del mismo.

Dice el director: «El método no es una técnica, es una relacionalidad entre el objeto de estudio y el investigador». En tanto fui pensando en este escrito, este aparte se fue tomando el lugar de conclusión. El «cada niño con su boleta›› sería, un proceso de supervisión bien logrado, que cumplió con su objetivo: Partimos de un campo interpersonal –el del analista supervisor- con su pregunta « ¿de dónde sacó eso loca?». La búsqueda de una respuesta a su pregunta se da en el terreno interpersonal, deja de ser solo suya porque sólo es explorable entre el supervisor y el supervisado. Y el trabajo de los dos permite un conocimiento nuevo, de ambos, posible gracias la individuación de las identidades analíticas y, al mismo tiempo, favoreciéndolas. Proceso siempre en construcción, que evoca en mí el concepto de «hacia la independencia» de Donald Winnicott… De ambos analistas, el tratante y el supervisor.

Referencias

Winnicott, D (1970). On the Basis for Self in Body. En: Exploraciones Psicoanalíticas. Londres: Karnac Book.




[1] Psicoanalista. Miembro Titular de la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis.
[2] Shakespeare William. Hamlet Acto 2, Escena 2. En el original: « How pregnant sometimes his replies are! A happiness that often madness hits on, which reason and sanity could not so prosperously be delivered of. » p 1084 en William Shakespeare, the complete works.

martes, 30 de agosto de 2016



Lectores!!!

Esperamos que en el primer semestre del 2016  haya traído grandes aprendizajes y experiencias gratificantes. Les queremos informar que la Revista de la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis de Junio de 2016  ya está disponible. Su contenido tiene trabajos clínicos de gran interés, presentados en las jornadas psicoanalíticas de este año.

Acá dejamos la portada para su deleite. 

!No se queden sin la suya!

Mostrando Caratula Rev. SCP Junio 2016.jpg

miércoles, 13 de julio de 2016




¡Muy buenos días lectores!

Espero que hayan disfrutado de nuestra ultima edición de la Revista de la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis, además de nuestras jornadas psicoanalíticas que fueron el pasado mayo de 2016, en donde se trabajo el tema de cuerpo, trauma y violencia, en congruencia al 31° Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis que tendrá lugar en Cartagena en Septiembre de este año.

Es por esto, que los invitamos a leer el siguiente artículo, para empaparse sobre el tema de trauma y violencia, analizado desde la literatura colombiana, teniendo gran relevancia en el contexto nacional y latinoamericano de hoy en día
 

El amor en tiempos de violencia y desplazamiento. Posiciones de Eros en La multitud errante de Laura Restrepo

 

                                                        Resumen

 Objetivo: Se estudia el funcionamiento libidinal en un relato novelado sobre una realidad colombiana que viene desde los último años 40; una realidad que produjo desplazamiento y orfandad en miles de seres humanos que han deambulado despojados de tierra y familia. Desarrollo: En el caso narrado por Laura Restrepo, el niño expósito encuentra una madre adoptiva que un día también desaparece en la oleada de violencia, dejando un adolescente sin referencias identificatorias claras, pues, además, sólo se le conoce por un apodo derivado de un defecto congénito. Conclusión: La historia la cuenta una trabajadora social enamorada del joven, lo cual le da al relato un nivel de historia de caso, en el que a través de la transferencia erótica, se logra una reparación del doble duelo original.

          Palabras clave: duelo, Eros, psicoanálisis aplicado, violencia


Todas las novelas desde Dafnis y Cloe de Longo, son historias de amor. Las de Laura Restrepo también, pero quiero utilizar solamente el drama que se desarrolla en La multitud errante (2001) para ilustrar las posiciones contrapuestas de Eros que los griegos denominaron erastés: el amante, y eromenós: el amado.

Si aceptamos con Lacan que el estilo es el hombre…para quien se escribe o, en otras palabras, si aceptamos que el estilo es el objeto y no el sujeto, tenemos que aceptar que el objeto que construye el estilo de Laura Restrepo cuando le da la palabra al amor, en medio del drama aterrador de la violencia colombiana, es el recorrido del deseo en el tránsito del eromenós
, que todos hemos sido al nacer-, al erastés, que todos devenimos cuando en un momento de gracia decimos, en cualquier lenguaje, te amo. Ahí, el sujeto estalla y renace en el objeto. Ilustramos ese tránsito en La multitud errante. Comenzando a narrar las vicisitudes del protagonista, que no recibe un nombre, sino un apodo, y esto ya es significativo de una violencia extrema, de una violencia que extermina el sujeto y lo reduce a un atributo corporal; Siete por Tres, alude a los 21 dedos que se convierten en marca de identidad de un recién nacido en medio de la masacre. Escribe Laura Restrepo: "La historia de su recuerdo, valga decir la trayectoria de su obsesión, empieza el mismo día de su nacimiento […] Aunque no exactamente nació sino que apareció […] Un bulto quieto, pequeño, envuelto como un tamal entre una cobija de dulceabrigo a cuadros. No lloraba, sólo estaba" (Restrepo, 2001, p.6). Esa aparición convoca necesaria y simultáneamente la presencia de una fuerza libidinal maternal que convierte el abandonado en un eromenós perfecto: "[…] Matilde Lina, lavandera de río, pobre como ave del campo, quien en ese esclarecido momento, equivalente si se quiere al de un segundo parto, lo tomó en sus brazos para revisar de cerca sus ojos, sus manos, sus partes de varón" (p.6). La poesía del saber estilístico de Laura Restrepo nos conduce así hacia los orígenes: los de la vida psíquica. Los orígenes no son las causas, el psicoanálisis fundó esa distinción, y la escritora la presiente, porque de lo que va a hablar es de cómo se cruzan los orígenes eternamente repetitivos de nuestros pensamientos, de nuestras fantasías, de nuestra historia, con las causas necesariamente aleatorias de una vida: la violencia en todas sus expresiones, los eventos familiares y sociales, la soterrada lucha de clases, la locura y la crueldad del poder, el azar de unas determinadas condiciones económicas y culturales.Pero, concretamente, ¿qué es lo que la autora nos hace visitar de una historia en medio de la historia? No tanto, aunque hagan parte de la narración, los eventos reales y objetivos sino un registro esencial de la vida psíquica: el del pensamiento de los orígenes. Escuchamos esa pequeña música que brota del relato y que ya no olvidaremos. Amasaremos al ritmo de la prosa descriptiva la pasta oscura del narcisismo original: "Matilde Lina quedó sola frente a las puertas ya cerradas de la iglesia. Miraba absorta los fuegos artificiales con los ojos encendidos de reflejos y apretaba contra sí al niño de la cobija, como si ya nunca lo fuera a soltar. Lo amparó de ahí en más por puro instinto, sin decidirlo ni proponérselo, y sólo a él en este mundo le permitió entrar al espacio sin ventanas ni palabras donde escondía sus afectos" (p.6).

Narciso, lo sabemos, no aparece nunca solo. Es la ninfa, Eco, la que lo revela a la imaginación mítica. Y no en vano a la autora se le ocurre situar a sus protagonistas en un ámbito acuático que resuena en el apelativo amoroso que designa la narradora como "mi ojos de agua". Al borde del agua y a través de los bosques
veremos desfilar fantasmas y fetiches, asistiremos a la presentación de objetos no objetos: "Criatura irreal y anfibia, Matilde Lina. Siempre a la orilla del río, entre espumaredas y ropa blanca: así la recuerda Siete por Tres y cuenta que creciendo a la sombra de esa mujer de agua dulce, supo que la vida podía ser de leche y miel" (p.7). Y también asistimos a la irrupción dramática del duelo original:


Siete por Tres nunca ha querido deshacerse de la cobija de dulceabrigo a cuadros, deshilachada y sin color, ya vuelta trapo, y más de una vez lo he visto estrujarla, como queriendo arrancarle una brizna de memoria que le alivie el desconsuelo de no saber quién es. El trapo nada le dice pero suelta un olor familiar donde él cree reencontrar la tibieza de un pecho, el color del primer cielo, el ramalazo del primer dolor. Nada en realidad salvo espejismos de la nostalgia. (p.7)
Duelo original, verdadera encrucijada del desarrollo y del devenir erastés, origen doliente del ser. Esta encrucijada se sitúa en el cruce de lo individual y lo familiar entremezclados, entre la ambivalencia y la ambigüedad, entre lo singular y lo universal, alianza propia al genio de lo psíquico; entre la vida y la no vida, y sería un error creer que la vida está toda entera del lado de la salud y la no vida por completo en la psicosis. Eros vela porque eso no sea así. Laura Restrepo lo subraya:

Andaban montados en tragedia mayor pero nunca quisieron entenderlo así, ni Matilde Lina, la lavandera de Sasaima, ni el niño de los veintiún dedos: Mientras los demás padecían hambre, ellos vivían olvidados de comer; la tristeza y el miedo no encontraban en su alma paja para tejar rancho; la desolada noche fría les parecía noche y nada más; la vida despiadada era sólo la vida […] En algún punto de la travesía, Matilde Lina, apertrechada en su niño, desistió de ocuparse de los demás humanos, ella que nunca fue experta en tratarlos, y se desentendió del todo de sus razones, de sus palabras y de sus actos. Simplemente los seguía sin preguntar ni pedir, llevando al niño consigo, casi imperceptible para los demás, poderosos e intocables en su extrema indefensión. (p.9)

Pero no serían humanos los personajes inventados por la novelista para encarnar la evolución de Eros, en medio de la violencia fratricida y el exilio forzado, si la agresividad no fuera citada. Corre a lo largo de las páginas como en filigrana y en su más pura expresión edípica y furiosa que se orienta hacia los extremos y hacia lo absoluto, propulsada por heridas narcisistas profundas. Oigamos algo de ello en el testimonio de una campesina sobreviviente de las masacres y de la caravana acosada por la muerte:

- Su peor tormento ha sido siempre la culpa- me dice Perpetua, y respalda su Argumento con la autoridad que le confiere el conocerlo desde antes de la
tragedia […] Culpa de no haber impedido que se la llevaran. De no buscarla con suficiente empeño. De seguir vivo, de respirar, de comer, de caminar; cree que todo es traicionarla […], una telaraña de recriminaciones que lo persiguen despierto y lo revuelcan en sueños […] ¿Por qué anda purgando un crimen que no cometió ni pudo impedir? - insisto yo – […] son otros los vericuetos de su culpa […} Matilde Lina sufría extravagancias de temperamento, pero era una mujer de empaque fuerte, cara aniñada y pechos grandes […] La vi lavando en el río con la blusa zafada y a medio abotonar, y vi al Siete por Tres a su lado […] Los senos de ella que se asoman y el niño que los contempla, quieto como si fuera de piedra, sofocando el resuello: haciéndose hombre en esa visión. (p.15)

Coherentemente, en el relato, la rabia oculta, que se genera en la represión, contra el objeto mismo que suscita el deseo prohibido se desplaza hacia una imagen sustitutiva y previamente idealizada del objeto: la Virgen tutelar del pueblo en desgracia: "-A la hora de la emboscada no quiso protegernos, nuestra Virgen protectora – todavía hoy la sigue recriminando Siete por Tres, y me cuenta que al reconocerla desfallecida entre el fango, sintió que una vaharada de rencor le incendiaba el rostro"(p.16).

El duelo de la separación y diferenciación que no se pudo hacer en la primera infancia del protagonista, por sus circunstancias existenciales de niño expósito, se elabora durante el resto de la vida a partir de la atrocidad provocada por la criminal "autoridad" que desaparece a la madre adoptiva. El adolescente avanza hacia la vida adulta pero en medio de un laberinto que lo conduce entre la intimidad de la psiquis y su exterioridad. Este laberinto limita con lo individual y con lo colectivo, lo intrapsíquico y lo interactivo, con el crecimiento y el sufrimiento y se sostiene sobre los dos ejes opuestos de lo creativo y lo patológico.

Es un duelo que calificamos de fundamental y originario que no debe confundirse con la depresión. Esta es un fracaso del duelo, pero el duelo mismo es un proceso de maduración que tiene mucho más que ver con la vida que con la muerte. Es uno de los acicates mayores de la psiquis, el otro es la angustia, como bien lo demostró Kierkegaard al relacionarla con la única posibilidad de libertad del hombre: renunciar a la determinación previa del ser para abrirse paso a través de la nada hacia una nueva forma del ser.
De nuevo nos confrontamos aquí con la referencia a Freud cuando considera los procesos correlativos de descubrimiento y pérdida del objeto que culminan en los trabajos sobre el narcisismo (1914) y sobre el duelo y la melancolía (1913). Lo esencial es la afirmación de un trabajo del duelo. Es el trabajo que se constituye en la trama de La multitud errante,
tanto desde la perspectiva individual como desde la perspectiva de lo colectivo. Las pérdidas no se producen todas de
un solo golpe, por el contrario operan gradualmente y más que acontecimientos la prosa fluida de Restrepo se desliza a través de afectos y vivencias. El trabajo de la escritura es el trabajo mismo del duelo en el que el asunto del goce, relativo a la diferencia de los sexos se convierte en un asunto de existencia relativo a la diferencia de los seres. Por eso mientras la narradora, enamorada, se siente y se expresa como un reflejo del objeto originario que ha perdido su amado, no se moviliza el deseo en el otro desde la posición de amado hacia la de amante. Solamente cuando ella se afirma en su diferencia esencial y se propone "quebrar la autocensura que frente a él me imponía" (p.37), puede, mediante una interpretación freudiana: "No es Matilde Lina a quien buscas […] Matilde Lina es sólo el nombre que le has dado a todo lo que buscas", inducir el cambio de posición de Eros que permite "descolgar la tela de trama difusa y figuras borrosas que nos separaba" (p.38).
El estadio erótico inmediato (Kierkegaard, 1845), que la aparición del abandonado y perseguido buscador de la infancia perdida causa en la narradora, circula también dentro de ese proceso que transcurre desde el narcisismo inaugural de la relación y el inevitable desencadenamiento de un duelo originario, tan presente y tan inmediato como el amor por su intempestivo objeto. Todo lo que va a suceder queda anunciado de entrada:

[…] dígame por favor un nombre -le insistí alegando motivos burocráticos, pero los que en realidad me apremiaban tenían que ver con la oscura convicción de que todo lo estremecedor que la vida depara suele llegar así, de repente, y sin nombre. Saber como se llamaba este desconocido que tenía al frente era la única manera- al menos así lo sentí entonces- de contrarrestar el influjo que empezó a ejercer sobre mí desde ese instante (…) No creo en lo que llaman amor a primera vista, a menos que se entienda como esa inconfundible intuición que te indica de antemano que se avecina un vínculo; esa súbita descarga que te obliga a encogerte de hombros y a entrecerrar los ojos, protegiéndote de algo inmenso que se te viene encima y que por alguna misteriosa razón está más ligado a tu futuro que a tu presente. (p.4)

Lo que así se anuncia es nada menos que el proceso psíquico fundamental por el cual el yo, desde la primera infancia y hasta la muerte, renuncia a la posesión total del objeto, hace el duelo de un unísono absoluto, refunda permanentemente los propios orígenes y se abre al descubrimiento tanto del objeto como de sí y a la invención de la interioridad. Esta transferencia que se da entre los dos personajes, sobredeterminada y densamente articulada, se constituye entre los acontecimientos dramáticos como una huella ardua, viva y durable de que lo que se acepta perder es el precio que se paga por descubrir o que se anda buscando:

¿Acaso no he venido a buscar todo aquello que este hombre encarna? Eso no lo supe desde un principio, porque aún era inefable para mí ese todo, aquello que andaba buscando, pero lo sé casi con certeza ahora y puedo incluso arriesgar una definición: todo aquello es todo lo otro; lo distinto a mí y a mi mundo; lo que se fortalece justo allí donde siento que lo mío es endeble; lo que se transforma en pánico y en voces de alerta allí donde lo mío se consolida en certezas; lo que envía señales de vida donde lo mío se deshace en descreimiento; lo que parece verdadero en contraposición a lo nacido del discurso o, por el contrario, lo que se vuelve fantasmagórico a punta de carecer de discurso: el envés del tapiz, donde los nudos de la realidad quedan al descubierto. Todo aquello, en fin, de lo que no podría dar fe mi corazón si me hubiera quedado a vivir de mi lado. (p.4)
El psicoanálisis no habría podido decir más claramente esa dinámica y esa economía que presiden la continuada, la interminable transformación de eromenós en erastés. Una vez se rompe el unísono narcisista nada será como antes, se opera un cambio fundamental en la psiquis cuya amplitud e importancia no se pueden comparar sino a todo lo que se desencadena a partir de Edipo y su tragedia.

En la obra de Laura Restrepo está implicada una temporalidad que trasciende el evento, en una travesía que no deja de proseguirse y profundizarse al filo de las edades de la vida (lo muestra también muy bien otra novela, especie de divertimento, de Restrepo: Olor a rosas invisibles, 2002). De acuerdo con esta escritura y este estilo no es paradójico decir que el duelo originario se da en la duración y en lo interminable, como lo ha dicho Freud también de la cura analítica. Lo verdaderamente paradójico es el proceso, magistralmente descrito en esta multitud errante, mediante el cual el ser se encuentra en lo que pierde; es la paradoja de lo identitario, que no podemos solucionar ni reducir, sino aceptar su existencia. Debemos agradecer toda escritura que nos permita esa ruptura con la noción corriente de temporalidad, ruptura sin la cual no es posible entender los movimientos de Eros y sus continuos cambios de posición.



                                              Referencias
 
Freud S (1913). Duelo y Melancolía. En: Obras Completas. Tomo II. Madrid:
Biblioteca Nueva, Cuarta Edición, 1981.
 
Freud S (1914). Introducción al narcisismo. En: Obras Completas. Tomo II.

Madrid: Bliblioteca Nueva, Cuarta Edición, 1981.
 
Kierkegaard S (1845). Los Estadios eróticos inmediatos o lo erótico musical. Madrid:
Aguilar, 1973
 
Restrepo L (2001). La multitud errante. Bogotá: Editorial Planeta.

Restrepo L (2002). Olor a rosas invisibles. Buenos Aires: Editorial Sudamericana
 

viernes, 17 de junio de 2016

 
Estimados lectores. Para animarlos a adquirir la nueva Revista de La Sociedad Colombiana de Psicoanálisis, y para su deleite, les dejamos la editorial escrita por el actual  director  de la Revista, Doctor  Carlos Gómez Restrepo. 
 
El Campo del Psicoanálisis y la Evidencia
 
 
La medicina basada en la evidencia (MBE) tiene sus orígenes filosóficos a mediados
del siglo XIX. No obstante, es hasta el siglo XX cuando se desarrolla
con especial fuerza en la Universidad de McMaster en Canadá y en Oxford, en
Inglaterra. Para entonces, se define como el uso explícito y juicioso de la mejor evidencia
en la toma de decisiones para el cuidado de los pacientes.
 
Relata para entonces Brian Haynes1, uno de los padres de la MBE, que oyendo
una exposición sobre las teorías Freudianas, se preguntó al expositor: ¿Cuál es la evidencia de que las teorías Freudianas son correctas?, a lo cual le respondió que realmente no había una buena evidencia. Este suceso podría hacernos preguntar si la evidencia que se aporta desde el psicoanálisis es diferente y no encaja dentro de los modelos experimentales de corte positivista utilizados por otras ramas de la medicina, o si tenemos que adecuar otros elementos de investigación a nuestra disciplina. Posiblemente la respuesta va en doble vía. Tenemos una evidencia particular, pero esta sensación de ser tan diferentes nos ha llevado a utilizar de manera limitada otras alternativas.
 
Evidentemente, el psicoanálisis tiene una metodología propia, una investigación de corte cualitativo mediante observación participante y análisis de discurso. Sin embargo, varios de los desarrollos del psicoanálisis, como la psicoterapia psicoanalítica y algunas intervenciones poblacionales o individuales basadas en la teoría analítica, podrían perfectamente adecuarse a modelos y diseños de investigación utilizados en el campo de la salud. Así mismo, el psicoanálisis clásico podría incorporar a su armamentario otras metodologías que harían más válidos,
plausibles y confiables muchos de sus hallazgos.
 
Durante los últimos años, la MBE ha tomado vuelo, y con ella, la aceptación o no de diversos tipos de terapias para el manejo de problemas y trastornos mentales. Así mismo, las guías de práctica clínica, de uso corriente y obligado en salud, han basado sus recomendaciones sobre psicoterapias en la evidencia que existe de cada una de ellas para el manejo de los diversos trastornos. En sus inicios, las evaluaciones de las terapias psicoanalíticas quedaron rezagadas respecto a otras que por sus características podían aportar mejor evidencia sobre la base de desenlaces claros, objetivables y obtenibles. De esta manera, la terapia cognitivo conductual se fue posicionando como la forma de tratar patologías con componentes depresivos o ansiosos y las psicoterapias de corte psicoanalítico
perdieron terreno en las evaluaciones, por cuanto muchos reportes de investigación
carecían de rigor científico, así como de los mínimos requeridos para ser alificados como aceptables o conclusivos. Sin embargo, cada vez que aparecía
un hallazgo en contra, teníamos la “disculpa” de “es que lo nuestro es más profundo difícil de realizar; que más complejo, imposible de medir, además de que no se debe medir, etc”.
 
Esta situación ha conllevado, en algunas áreas derivadas del psicoanálisis, a atrasos en la forma de hacer y reportar investigación y, en ciertos casos, a cuestionar nuestro quehacer y a pensar en otras alternativas por parte de terceros. Lentamente nos hemos dado a la tarea de aceptar nuestra responsabilidad sobre el estado de las cosas, de aprender acerca de otros métodos de investigación, de medición y de presentar los resultados que nos permitan comparar nuestras terapias con otras, de evaluar lo que hacemos y de comunicarnos abiertamente
en el mundo científico.
 
Es así como en las dos últimas décadas han hecho aparición un mayor número de experimentos clínicos controlados utilizando en uno de sus brazos la
psicoterapia psicoanalítica. Shedler (2010) publica un artículo donde referencia
varios metaanálisis, esto es, estudios que reúnen técnicamente varias investigaciones (artículos) -usualmente experimentos clínicos- con lo cual se aumenta el poder (muestra del estudio para detectar diferencias) a la vez que se demuestra la
eficacia de la Psicoterapia Psicoanalítica. Así mismo, la Colaboración Cochranne
publicó un metanálisis de Abbass y col. (2009) donde reporta la utilidad de la
psicoterapia psicoanalítica en el manejo de varios trastornos, y a la vez sugiere
que la terapia psicoanalítica breve tiene buenos efectos a largo plazo después de culminar el tratamiento.
 
Estos dos artículos de los últimos seis años demuestran cierto interés por otros métodos que proveen una mejor evidencia a nuestro quehacer, a la vez que son ejemplos que brindan un nuevo aire al psicoanálisis y sugieren lo que siempre hemos pensado, que es útil, de largo aliento y deseable. Pero a la vez nos llevan a pensar en la necesidad de suministrar evidencia que conlleve al posicionamiento del psicoanálisis y de las terapias derivadas de este. En este orden de ideas, existen temas que requieren mayores desarrollos, así como aquellos que tienen que ver con recolección de datos, formas para evitar el sesgo del recuerdo del analista, para evitar la presentación sesgada de datos favoreciendo miradas congruentes a mi hipótesis, mecanismos para análisis de los datos, para su publicación, medición o evaluación del proceso analítico, de las defensas, la
transferencia y la contratransferencia, la evaluación del insight, la medición de
desenlaces en psicoanálisis, el significado de eficacia en psicoanálisis, etc., temas
que pienso son fundamentales desde la óptica de la investigación, de la evidencia que requerimos para mejorar nuestro quehacer y que actúan a la vez como soporte a nuestra teoría analítica.
 
 
 
 
 
Carlos Gómez Restrepo
Director-Editor R.S.C.P
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

jueves, 26 de mayo de 2016


Para los ávidos de conocimientos, cómo para los interesados y los curiosos, está disponible la última edición de la revista de la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis, que en esta ocasión trae temas de gran interés y relevancia para la cultura y sociedad colombiana, incluyendo reflexiones en el área clínica, educativa y social.

Les dejamos un adelanto, el índice de contenidos que se encuentra en esta nueva edición.
 
 

 
 
 
 
Interesados  en  adquirir   la presente   edición, pueden  comunicarse  con la Sociedad Colombiana  de Psicoanálisis. Tel: 610050 
 

viernes, 13 de mayo de 2016



¡Buen Día Lectores!



Los invitamos a participar de nuestras Jornadas Psicoanalíticas el próximo Sábado 21 de mayo, para tratar el tema de "Cuerpo, Violencia y Trauma", una visión clínica y psicoanalítica de las vivencias diarias de nuestra sociedad latina.

Nuestra invitada internacional es la dr. Viviana Valz Gen, Psicoanalista Peruana que expondrá su experiencia en el postconflicto  en la comisión de la verdad en el Perú.

Para mayor información sobre cómo inscribirse y participar, deben realizar el pago correspondiente, y realizar la inscripción a los siguientes números: 6113831-6100508.
¡No se lo pueden perder!







miércoles, 4 de mayo de 2016

Presentamos un artículo de la Venezolana Manuela Zárate, para dar un abre-bocas a su Blog “Ayúdame Freud”, con notas de interés no sólo psicológico, sino social visto a través de las necesidades humanas que día a día vivimos, y que nuestra psiquis intenta comprender.

Artículos divertidos y elocuentes, no dejen pasar la oportunidad de visitar su blog: http://manuelazarate.blogspot.com.co/?view=magazine

Cosas que uno debería saber



Uno debería saber que no pasa nada si te moja la lluvia, que el sereno no enferma, y que lo único que pasa cuando duermes con el pelo mojado es que mojas al almohada. Uno debería saber que los fantasmas existen, en tu cabeza, y en la cabeza de los que no te entienden, o de los que dicen que estás loco.
Uno debería saber que el que vive por dinero, trabaja por dinero, piensa solo en dinero, terminar por vivir una vida vacía, sin sentido y a veces ni se da cuenta que es por eso.
Uno debería saber lo que es tener una pasión. Una pasión más grande que cualquier amor que hayas sentido. Uno debería saber mirar dentro de sí y estar dispuesto a enfrentar el que no le guste lo que encuentra.
Uno debería saber lo que es un comienzo. Arrancar con una idea. Un sueño. Uno debería saber lo que es reconocer que las cosas no salieron bien. Uno debería saber que humildad significa saber perder. Uno debería saber que perder no es tan malo como la gente piensa. Uno debería saber administrar la derrota, y buscar el triunfo a través del fracaso.
Uno debería saber abrazar de distintas formas. Uno debería conocer diez mil y más tipos de besos.
Uno debería saber que las mejores noches dan paso a las mañanas más duras. Uno debería saber que a veces hace falta la fuerza de un imperio para pararse de la cama. Uno debería saber lo que es un dolor de espalda, de estómago y de cabeza. Uno debería saber que ninguno de esos dolores es comparable con el dolor de la consciencia.
Uno debería saber que los amigos traicionan y que las parejas se cansan, que los hijos abandonan, pero los enemigos también.
Uno debería saber que las batallas no siempre se pelean, a veces también se abandonan.
Uno debería saber que no tiene nueve vidas, como los felinos, pero tiene más de una muerte.
Uno debería saber que el chocolate cura, que a veces el cigarro da vida, y que otras el alcohol fo rtalece, que algunas medicinas matan. Que a veces nos aferramos a muchos remedios cuando en realidad no estamos tan enfermos.
Uno debe saber que el mal existe, pero no importa. Uno debe saber que el bien existe y que eso es lo único que importa.
Uno debe saber que es necesario estar solo. A veces. Saber est ar solo. Que estar solo es algo que se aprende. Bailar solo. Ir al cine solo. Comer solo. Ver televisión solo. Dormir solo. Pensar solo. Hablar solo. Encerrarse en un mundo que es inalcanzable para el resto de la humanidad. Inventar un universo. Caminarlo cuando uno siente que el mundo se le queda pequeño y que nadie, nadie sabe lo que es probarse tus zapatos.
Uno debería saber el poder que tiene una palabra. Que las amistades más importantes nacen en quince minutos. Que las amistades que duran más de quince minutos no las debilita nada. Uno tiene que saber que a lo mejor toda una vida de amistad acaba cuando te das cuenta que ese amigo que creías tener era más producto de tu imaginación que de la realidad. Uno tiene que saber que a veces la realidad es desengaño.
Uno tiene que saber que el amor duele, que la lealtad es algo duro de mantener, que es fácil ser sincero hasta que la única forma de sobrevivir es decir una mentira. Uno tiene que saber que paga más ser honesto. Uno tiene que saber que los principios son el alimento fundamental del corazón.
Uno tiene que saber que todo tiene un costo. Que todo en la vida es un compromiso. Que siempre va haber alguien que te pida algo a cambio.
Uno tiene que saber que recorrer un camino trazado por uno mismo implica quebrar muchas lanzas, rupturas, adioses, desencuentros, momentos de duda, de soledad, y una lucha constante de devolverse, o desviarse, de caminar un camino trazado por otro, que en apariencia es más fácil, pero que sólo lleva a un terreno donde hay arrepentimiento.
Uno tiene que saber que siempre habrá alguien que critique, que diga que no, que trate de cerrarte la puerta que tu quieres abrir porque le da miedo ver que otros son libres.
Uno debería saber que la libertad es algo interno, que la vida es un juego constante entre voluntad y destino.
Uno debería saber que ninguna decisión es definitiva.
Uno debería saber que mientras más complejo el objetivo más vale la pena deshacerlo todo y volver a empezar.
Uno tiene que saber que puede lograr cualquier cosa que se proponga.
Uno tiene que saber que los que tienen suerte son los que están convencidos de que la tienen, y los que no se paran a oler las flores, sino que se sientan a trabajar duro a pintarlas, describirlas, y luego salen a buscarlas. Sin parar.
Uno debería escuchar su cuerpo. Uno debería saber escuchar su corazón. Uno debería saber que a veces es necesario que manden los sentimientos, pero que es lógico dejar que sea la razón la que tenga la última palabra.
Uno debería saber que lo que dicen los demás tal vez te importa, pero que al final no cuenta para nada, uno tiene que saber que esa gente que uno llama los demás siempre termina por cambiar de opinión.
Uno debería saber que la vida es de uno y de nadie más, que las decisiones son de uno y de nadie más. Uno debería saber que al final se nace solo, y se muere solo, así que dejar de hacer las cosas por lo que otros piensen u opinen generan penas más grandes que cualquier paso errado, o en falso.
Uno debería saber que la mejor cura para una tristeza es que la cocina se llene de un olor que te recuerde la infancia, como el plátano frito o una torta que está subiendo en el horno.
Uno debería saber tantas cosas. Tantas cosas que a veces pareciera que una vida no basta.
Nota: Publicamos el texto íntegro de la autora Manuela Zárate, original de su blog “Ayúdame Freud”, del 26/11/2013.